Con mano firme sin dudarlo un momento agarró una cuchilla antigua de afeitar y aproximó el filo a su lengua. De un golpe seco diseccionó la punta dejandola dividida en dos partes que le otorgaban un aspecto antihumano. La sangre no paraba de manar a borbotones y con semblante frÃo pasó la cuchilla por un mechero y la trajo de nuevo hacia sÃ, con el fin de cortar la hemorragia y cauterizar la herida. Cuando la sangre se hubo coagulado se enjuagó la boca para observar su obra maestra, en el pequeño espejo redondo del cuarto de baño, que ante él mostraba su feroz imagen. Sonrió orgulloso. HabÃa nacido la Serpiente.